(Coma White)John Crowell y yo pasábamos un rato sentados en la cumbre de la colina, justo enfrente de su casa, tomando turnos para darle un sorbo a la botella de Mad Dog 20/20 que habíamos convencido a un mayor para que la comprara por nosotros. Habíamos estado ahí por al menos una hora, de holgazanes mientras contemplábamos el soporífero horizonte a nuestro alrededor, el cielo lucía deslustrado e hinchado por las nubes con amenaza de lluvia. En pie de colina, un infrecuente auto pasaba en su camino a la civilización. Para entonces, nosotros habíamos caído en una dosis de autosatisfacción y agrado, cuando de pronto se escuchó una explosión de tierra.
Cubierto en una nube de polvo, un GTO verde, viró imprudentemente sobre el camino de terracería derrapándose hasta detenerse. La puerta del auto lentamente abrió y una bota negra golpeó el suelo. Entonces, una enorme cabeza apareció por arriba de la puerta con un enorme cráneo estirando la piel, el tipo tenía el cabello rizado y decolorado. Sus ojos profundamente sumidos y resplandecientes como puntos diminutos en el centro de dos círculos oscuros. Cuando salió del auto, noté que él al igual Richard Ramirez, sus manos, pies y torso eran más grande de lo usual, vestía una chaqueta de mezclilla con el símbolo de la rebelión bordado en la espalda; una hoja marchita enlutada. Con su mano derecha sacó un revolver de su cintura, lo levantó salvajemente al aire y vacío el cargador tiro tras tiro, luego se dirigió hacia nosotros. Yo estaba aturdo sin saber que hacer, se acercó a mí y me empujó cayéndome al suelo, luego empujó a John para arrebatarle la botella de Mad Dog 20/20 bebiéndosela en segundos y luego la arrojo al césped. Limpiándose su boca con la manga de su chamarra, murmuró algo que parecía a una rola de Ozzy Osborne “Suicide Solution” y posteriormente entró a su casa. “Ese es mi hermano,” John dijo, su cara pálida por lo sucedido hace unos instantes, y ahora radiante y orgullosa. Seguimos a su hermano hasta su dormitorio en la planta alta de la casa, pero apenas pudimos verlo azotar y ponerle el seguro a la puerta. John no tenía permitido poner un sólo pie en la habitación, bajo la amenaza de un serio dolor, y eso era porque el hermano de John bien sabía lo que tenía ahí adentro: magia negra, heavy metal, auto-mutilaciones y un consumo de drogas considerable. La habitación, al igual que el sótano de mi abuelo, representaba mis miedos y deseos, a pesar de que estaba asustado, no quería nada más que averiguar lo oculto ahí. Con la esperanza de que su hermano saliera de la casa, John y yo caminamos al establo-o al menos el esqueleto de madera que alguna vez fue establo-donde nosotros teníamos una botella de Southern Comfort escondida.
“¿Quieres ver algo realmente cool?” John preguntó,
“Claro-seguro,“ respondí. Yo siempre estaba dispuesto a todo lo cool, principalmente si John así lo consideraba.
“Pero tú pendejo, me vas a prometer no decir ni una sola palabra a ningún pendejo.”
“Lo prometo.” Respondí.
“Las promesas no son suficientes.” John contestó bruscamente, “Quiero que lo prometas por tu jodida madre...no, quiero que lo jures que si alguna vez abres la pinche bocota, tu pene se seque, se pudra y se te caiga.”
“Juro que si alguna vez le digo a alguien, mi pene se pudra y se caiga.” Le respondí solemnemente. Sin incluso saber que yo quería que eso se cumpliera años después.
“Entonces, andando...” John expresó con burla golpeándome dolorosamente en mi hombro.
Me llevó a la parte trasera del establo y subimos por una escalera que conducía al ático. Ahí adentro había paja salpicada con sangre. Esparcido por todo el lugar esqueletos de aves, serpientes, lagartos con la mitad del cuerpo mutilado, conejos parcialmente descompuestos con gusanos e insectos comiéndose la carne sobrante adherida a los huesos.
“Esto.” John proclamó con orgullo mostrándome el pentagrama trazado sobre un charco rojo. “Aquí es donde mi hermano ofrece misas negras.”
Esto ya estaba lejos de las malas películas de horror, donde un adolescente enfermo con problemas psicológicos tiene interés por las artes negras y las lleva muy lejos. Incluso había fotos de maestros y exnovias clavadas a la pared, manchadas con sangre y con un montón de obscenidades escritas con pinceladas gruesas y toscas sobre estas.
Cubierto en una nube de polvo, un GTO verde, viró imprudentemente sobre el camino de terracería derrapándose hasta detenerse. La puerta del auto lentamente abrió y una bota negra golpeó el suelo. Entonces, una enorme cabeza apareció por arriba de la puerta con un enorme cráneo estirando la piel, el tipo tenía el cabello rizado y decolorado. Sus ojos profundamente sumidos y resplandecientes como puntos diminutos en el centro de dos círculos oscuros. Cuando salió del auto, noté que él al igual Richard Ramirez, sus manos, pies y torso eran más grande de lo usual, vestía una chaqueta de mezclilla con el símbolo de la rebelión bordado en la espalda; una hoja marchita enlutada. Con su mano derecha sacó un revolver de su cintura, lo levantó salvajemente al aire y vacío el cargador tiro tras tiro, luego se dirigió hacia nosotros. Yo estaba aturdo sin saber que hacer, se acercó a mí y me empujó cayéndome al suelo, luego empujó a John para arrebatarle la botella de Mad Dog 20/20 bebiéndosela en segundos y luego la arrojo al césped. Limpiándose su boca con la manga de su chamarra, murmuró algo que parecía a una rola de Ozzy Osborne “Suicide Solution” y posteriormente entró a su casa. “Ese es mi hermano,” John dijo, su cara pálida por lo sucedido hace unos instantes, y ahora radiante y orgullosa. Seguimos a su hermano hasta su dormitorio en la planta alta de la casa, pero apenas pudimos verlo azotar y ponerle el seguro a la puerta. John no tenía permitido poner un sólo pie en la habitación, bajo la amenaza de un serio dolor, y eso era porque el hermano de John bien sabía lo que tenía ahí adentro: magia negra, heavy metal, auto-mutilaciones y un consumo de drogas considerable. La habitación, al igual que el sótano de mi abuelo, representaba mis miedos y deseos, a pesar de que estaba asustado, no quería nada más que averiguar lo oculto ahí. Con la esperanza de que su hermano saliera de la casa, John y yo caminamos al establo-o al menos el esqueleto de madera que alguna vez fue establo-donde nosotros teníamos una botella de Southern Comfort escondida.
“¿Quieres ver algo realmente cool?” John preguntó,
“Claro-seguro,“ respondí. Yo siempre estaba dispuesto a todo lo cool, principalmente si John así lo consideraba.
“Pero tú pendejo, me vas a prometer no decir ni una sola palabra a ningún pendejo.”
“Lo prometo.” Respondí.
“Las promesas no son suficientes.” John contestó bruscamente, “Quiero que lo prometas por tu jodida madre...no, quiero que lo jures que si alguna vez abres la pinche bocota, tu pene se seque, se pudra y se te caiga.”
“Juro que si alguna vez le digo a alguien, mi pene se pudra y se caiga.” Le respondí solemnemente. Sin incluso saber que yo quería que eso se cumpliera años después.
“Entonces, andando...” John expresó con burla golpeándome dolorosamente en mi hombro.
Me llevó a la parte trasera del establo y subimos por una escalera que conducía al ático. Ahí adentro había paja salpicada con sangre. Esparcido por todo el lugar esqueletos de aves, serpientes, lagartos con la mitad del cuerpo mutilado, conejos parcialmente descompuestos con gusanos e insectos comiéndose la carne sobrante adherida a los huesos.
“Esto.” John proclamó con orgullo mostrándome el pentagrama trazado sobre un charco rojo. “Aquí es donde mi hermano ofrece misas negras.”
Esto ya estaba lejos de las malas películas de horror, donde un adolescente enfermo con problemas psicológicos tiene interés por las artes negras y las lleva muy lejos. Incluso había fotos de maestros y exnovias clavadas a la pared, manchadas con sangre y con un montón de obscenidades escritas con pinceladas gruesas y toscas sobre estas.
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